Después de tanto tiempo
descubrí que hasta que las velas ardan, las palabras que se intercambian, la
charla que no encuentra un final, que renueva sus temas, que siempre descubre
algo nuevo para seguir hablando es amor. Los actos, las demostraciones
estrafalarias, el sexo, la pasión son meras consecuencias, que irán cambiando,
se irán adaptando, extendiendo la charla. El amor se nutre de todo eso y
enriquece así su perpetua conversación.
Y el dolor del alma se siente de manera física. Quema, arde,
pincha en medio del pecho. Cercano al corazón nos descubre su verdad. Se
manifiesta con la intensidad que sentimos y nos devuelve sin detenerse la realidad
de lo que nos pasa. No hay escapatoria a lo que el dolor nos revela y sabemos
desde el momento que lo percibimos lo que nos quiere decir. El tiempo que
tardamos en aceptarlo, en asimilar su lenta agonía, es el que nos tomamos para
estar en paz con él. Dudamos, reclamamos, nos desentendemos de lo que el
pinchazo nos expresa claramente, pero en el fondo siempre sabemos lo que es. El
dolor es la forma más directa para que nuestras rebuscadas maneras dejen de
enredarnos. Sufrimos porque nos gusta, nos atamos como mártires a ello solo
para demostrar nuestro valor, esa “fuerza” que nos diferencia de los demás, pero
que tan solo es un disfraz más para no mostrar nuestra debilidad. El dolor es
el secreto expuesto de que somos humanos, de que padecemos lo que todos y que
aunque lo mantengamos en silencio nos iguala al resto. El dolor nos une, nos
hace olvidar cualquier color, cualquier diferencia que creamos encontrar y nos
devuelve la humildad de aceptar nuestra humanidad. Nos humilla con su incesante
persistencia y nos dice que somos frágiles. Encuentra mil maneras para
demostrarlo y no repara en utilizarlas todas. Mientras más creativo se torna,
más nos permite profundizar en nosotros, en descubrirnos. Demos gracias al
dolor que sentimos. Demos libertad al grito que reprimimos por temor a ser
vistos como realmente somos.
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Sobre el trabajo y la retribución.
No deseo trabajar nunca más. No quiero que se me pague por
la realización de una tarea rutinaria que me dé la cantidad monetaria exacta
para mantener mi existencia hasta el día siguiente y perpetúe mi vida a la
rutina. Voy a escapar con toda la fuerza de mi inconciencia para que eso no
suceda.
Prefiero con el alma hacer lo que me gusta. Entregarme sin
esperar nada a cambio a todo lo que amo profundamente y esperar que allí se
mantenga mi vida. Mi corazón late con mayor intensidad cuando esto sucede. No
dormiré hasta lograr que mi objetivo se realice y que el amor que ponga en cada una de mis acciones
se transforme en el alimento de mi vida, de mi felicidad. Solo me siento
realizado cuando navego entre los mares de mis pasiones, cuando me permito
escapar mirando el mapa que guía a los corazones. Conozco mi destino sin saber
su nombre, perderé la cordura que todos se jactan de poseer en sus actos si es
necesario y rendiré tributo a mi locura si ella me permite alcanzar mis anhelos.
Uno entre miles de opuestos a mi pensamiento, encontraré las almas que
comprendan en tan solo una mirada de lo que yo siempre he hablado. Oídos sordos
a aquellos que no rompan el molde de lo establecido, por no creerse sus sueños,
por no vivirlos. Si soñar no cuesta
nada, no hacerlo cuesta la vida. Me hallaré finalmente y me observaré tal cual
como soy cuando me encuentre a la altura de mis sueños. Estas son las palabras
que me llevaran a eso y es por eso que las escribo.
Cree en mí, es lo único que pido. Porque yo creo en ti… y
aun no te conozco.
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