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martes, 16 de junio de 2020

El espejo


Pierdo la identidad en cada momento. Recuerdo quien soy, tengo una vaga idea, pero cada vez la imagen se disuelve más y más en el espejo. No reconozco quien me devuelve la mirada, poco a poco me aterra la figura, o la sombra que se asoma tras el reflejo. Las canas siguen allí, como lo han estado siempre. Eso no me preocupa. Son las pupilas, tan distintas. El brillo que emanan al observarlas al detalle. Estoy seguro. No son mías esas pupilas. Son otros los universos que se esconden detrás de ellas. Horas he pasado, intentado descifrarlos. Sé que el espejo es la clave, que no hay forma de ingresar, en ese otro universo, sin observarse, Pero cada vez que lo hago, temo más y más. No debo volver a mirarme, hasta estar seguro. Por muy embriagante, por muy seductora que sea la idea, no debo ofrecerme tan fácilmente. Es una trampa, ahora lo sé.
Averiguar quién es quien me observa, la sola idea se vuelve peligrosa.
La mente reacciona al objeto, el objeto reacciona a la mente? Ya no puedo evitarlo.
Pero exponerme, una vez más a la turbia luz que me ofrece el espejo... puede ser fatal.
¿Cómo sé eso? ¿Quién me lo ha dicho? ¿Acaso susurran los espejos? ¿Qué estoy diciendo? ¿Quién lo está diciendo?
A veces observo una de las manos. He encontrado ese punto intermedio. Me sitúo al costado del artefacto reflector y extiendo un brazo. Desde donde estoy, puedo observar ambos. El propio y el desconocido. Se mueven con simetría, casi iguales. Pero las cicatrices que se muestran, aunque creo reconocerlas, no las recuerdo. No las tengo en mi cuerpo. Retiro el brazo, asustado. Cada vez que lo hago sucede lo mismo. Creo ver una nueva cicatriz. Una desconocida, como si cada vez que observara se conformara, solo para asustarme. ¿Cuantas veces he caído en el sutil engaño?
Cuando mi pavor disminuye, recuerdo la historia. Un golpe intrascendente, una caída insignificante. Pero al buscarlas en mi cuerpo, sé que no están allí. No soy yo, entonces? 
Debo ser el reflejo. Por un segundo no estoy en mi cuerpo, eléctrica sensación, entumece el buen juicio, la razón: soy lo que veo, pero no puedo quedarme allí, me resulta imposible, me consume la vitalidad, la energía que me mantiene despierto. 

No es natural. 

Debo volver a acercarme, exhalar mis miedos y observar, algo se me escapa, algo no puedo ver. Solo debo descifrar que es. Quiero arriesgarme una vez más, una espiada, apenas un suspiro. Una exhalación. De repente se me ocurre, acercar mi rostro. Como si la cercanía pudiera revelar los detalles. Respiro. El vapor se vuelve visible y se impregna en ambas caras del espejo, o eso me convenzo de ver. Creo que he encontrado el pasaje secreto, la manera de ingresar a placer en los distintos universos. Desdoblarme en ambas imágenes.
Y entonces me observo. La imagen vuelve a cambiar. Ahora ostento imprudente juventud, vitalidad. Pero las pupilas, los universos... se aterran, se oscurecen. Cambian. Creo reconocerlas, son las que veo, en ese viejo espejo.... Ya no soy ni el reflejo, ni quien observa. Quizás nunca lo haya sido. Creo entonces, que debo ser el espejo. 
Ese viejo espejo...

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