Ver vibrar el universo en consonancia, en armonía y sin culpas. Observar tranquilamente el devenir del tiempo y tomar parte de él en los precisos instantes de existencia que son capaces de llenarnos plenamente. Vivenciar todo e integrarlo. Tomar dolor y tornarlo felicidad. Degustar amargura como un manjar exquisito. Beber de la dulzura de lo efímero, lo apenas tangible por nuestras percepciones. Sentir cada pequeño detalle como algo gigantesco, único e irreemplazable. Obedecer al impulso, la reflexión o el instinto entendiendo, comprendiéndolo todo en la experiencia. Yacer despierto aun cuando todo reposa, descansa y reír en el silencio... contemplar el sueño y sonreír... discurrir en las praderas de la imaginación terminando en los terrenos de la realización. Soltar en el momento adecuado para aferrarse en la desolación. Callar, decir, repetir... dejar lo demás al entendimiento personal. Ser a cada instante igual y distinto.
Y no temer del permanente cambio.
Tweet
Y no temer del permanente cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario