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domingo, 28 de noviembre de 2010

Última estación: Paz.


Un abril que presagiaba un invierno devastador se presentó ante mi puerta pidiendo explicaciones. Sus hojas tornasoladas habían servido de refugio para mi dolor, pero hoy yo ya no necesitaba los atardeceres llenos de melancolía. Abril me miró desde el umbral de mi puerta con los ojos llenos de lágrimas, pegó media vuelta y casi pude escuchar, como un susurro de las hojas que mueren en otoño, las lágrimas que derramó.

Atacó sin avisar. Me sorprendió conjunto a mi felicidad, la tomó, me despojo de mi humanidad y se la llevó sin vacilar. El invierno y su crueldad no dudaron en hacerme mucho mal... solo y lleno de un frío que no me podía quitar, viví encerrado oyendo el crujir de un invierno que mezclaba las gotas de lluvia con las amargas lágrimas que presentaba mi deplorable persona...

Cuando el dolor casi era insoportable y comenzaba a evaluar el detenimiento de mi palpitar, un timido rayo de sol me llenó el rostro con su calor. Con verguenza y casi sintiendose incorrecto me invitó a escapar junto a él y volver a respirar un aire libre de las preocupaciones que el invierno había acumulado con cada una de sus frías y dolorosas gotas...

La lluvia se trasnformó en rocio, las hojas se fueron en el olvido y donde antes era gris, se llenó de un color que me daba paz. así el calor invadió hasta el último rincón de mi ser. una estación mas quería visitarme y yo no me pude negar... el tiempo pasaba junto a mi grandes momentos y yo sólo podia ignorarlo, disfrutarlo, reir con él o llorarlo... un esclavo de su constante cambiar, pero un esclavo necesario...

Pero si me preguntan... yo solo tengo una debilidad. le permito a las estaciones que me visiten y me inunden de sus propias emociones, por una única razón.... aunque a veces duela y otras veces el frío quema... siempre, siempre puedo volver a mi felicidad, recordando aquella tarde de paz, donde acostado sin pensar, mirando las flores de un árbol sin nombre, me puse a imaginar, que no importa el calor, ni el frío que haya en nuestros cuerpos si no la calidez de nuestro corazón...

y aunque un tierno abril, reclame, un invierno me agobie o las lágrimas puedan encerrarme, sé que siempre podré volver a ver, en mis sueños aquel árbol que decidí llamar paz...

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